El adiós a un ídolo jarocho

Las exequias del futbolista fallecido en un accidente automovilístico la madrugada del 14 de febrero, en Ciudad Juárez, Chihuahua, revelan lo trascendente que es para un barrio que uno de los suyos alcance el sueño colectivo que es debutar en Primera División con el equipo local, anotando el gol que sentencia la victoria. Este es un pequeño recorrido, basado en quienes lo conocieron, de lo que fue Diego ‘Puma’ Chávez Collins, un ícono y leyenda para la Ejido Primero de Mayo Norte de Boca del Río, municipio conurbado al puerto jarocho.

Una camioneta blanca acelera y se estaciona en medio de la callejuela Irene García ubicada en la colonia Ejido Primero de Mayo Norte. El joven que la maneja abre las puertas de la trocona y sube el volumen para que se escuche en toda la cuadra. De ahí emerge la canción El Rey de la Puntualidad, del boricua Héctor Lavoe, uno de los cantantes favoritos del futbolista veracruzano Diego “Puma” Chávez Collins, fallecido en un lamentable accidente automovilístico la madrugada del 14 de febrero.

El cuerpo de Diego, en esos momentos, está siendo velado a cientos de kilómetros de aquí. Allá en esa ciudad, repleta de juarochos —muchos de ellos concentrados en las colonias del suroriente— que es Ciudad Juárez, en la que jugaba como mediocampista para el equipo local de primera división. Pero aquí, en la esquina que dicha calle hace con Adalberto Tejeda, donde él solía juntarse con su flota, parece un cotorreo, una fiesta: los suyos se han reunido para recordarlo e inmortalizarlo en un mural. Algunos de ellos comparten el caguamón y también la anécdota: rodeados todos de arrancones de motocicleta, algunos vestidos con las playeras de equipos en los que jugó, Toluca, Necaxa, Juárez, Veracruz y con las que él los arranchaba cuando regresaba a la casa familiar. 

Frente a la camioneta y las decenas de conocidos de Puma, sobre una pared de Los Pinitos, tres artistas urbanos comandados por Poderozo dibujan con aerosol el rostro del alegre jugador. De nombre oficial Manuel Gómez Morín, el Parque Pinitos es no sólo el punto de reunión para la cáscara, la caguama o darle fuego para la flota de aquí, es el lugar en el que un muy jovencito Diego dio sus primeros pasos como futbolista: aquí regresaba en los recesos de la liga MX, ya siendo profesional, a cascarear con todos los que creció, como si no hubiera pasado el tiempo, como si no perteneciera a la pequeña lista de jugadores profesionales jarochos de primera división.

Bajo el mural, donde un inmortalizado Diego porta la playera de los Tiburones Rojos, equipo que lo formó, se tienden varias veladoras colocadas por los amigos que poco a poco llegan al homenaje. 

Un vaso de caña es puesto por uno de sus más cercanos valedores, El Álvarez, también conocido como La Camila. Todos ellos terminarán por crearle un pequeño altar bajo esa imagen pintada en su honor, remarcada con un 293, número con el que debutó en aquel 14 de marzo de 2015, metiéndole un gol a los Xolos de Tijuana.

—Ánimo que esto no es un velorio— suelta Álvarez, luego de vaciar un poco del pomo Julio 70 hacia el piso en honor a su amigo. De la bocina ya sale Loco, loco voy por la vida, canto y río y sufro también. De la bocina también saldrán El amigo que se fue de Intocable, cánticos de la barra de los Tiburones Rojos como los que el futbolista escuchaba mientras jugaba en el Pirata Fuente y más canciones de cumbia y salsa —las que le encantaban a Diego— que harán mover el cuerpo de los vecinos, reproducir la alegría que caracterizaba al ídolo de este barrio, cuando llegaba a un lugar y con natural jocosidad saludaba con un ¡qué iris maniaco! o un ¡ánimo chicuela!

Era Diego Chávez Collins un vato alegre y humilde

Hay dos características que siempre emergen de la boca de sus conocidos: era un vato muy alegre, un vato muy humilde, una humildad que ya muchos quisieran tener. Y es que, en el barrio jarocho, pocas cualidades son tan apreciadas como la humildad, es decir, la sencillez. 

Sólo imaginemos el contexto de Diego: un joven resistiendo las desigualdades de este barrio bravo de Boca del Río —muy parecido a La Frontera o la Melchor Ocampo allá en Juárez— y sobreponiéndose para lograr lo que muchos sueñan en la niñez: debutar en primera división, anotando gol, con un equipo como los Tiburones Rojos que, aunque formalmente ya no existe, le sigue dando una especial identidad a la ciudad. 

Porque Diego no sólo viene de un barrio alegre y bullanguero, la Ejido Primero de Mayo Norte también condiciona a sus más de cuatro mil habitantes a la violencia, los vicios y las malas compañías: ese otro Boca del Río, —el que cuenta con un promedio de diez años de escolaridad— lejos de los grandes edificios y las colonias residenciales, del que casi no se habla y donde ocurren muchos tipos de violencias y en el que si no se tiene una disciplina y una mentalidad fuerte para sobreponerse como la que tuvo Diego, te traga a la menor oportunidad.

Por eso para muchos Diego no sólo es un referente futbolístico, es la historia de superación que la flota necesita, ese referente de que cuando se cuenta una gran historia en las esquinas, los que la cuentan terminan por exclamar nada mal para un loco del barrio. 

Cortesia

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