DOHA — Robert Lewandowski respetó los cánones: raso, fuerte y colocado. Decía Pelé que así y ahí, eran inatajables. Y O’Rei sabía de eso. Pero, ahí, a la cita con lo imposible, ahí, saltó y asaltó Guillermo Ochoa, a ponerle a su cacería desesperada, feroz la invocación al milagro. Y rescató el 0-0 para México, ante el más implacable de los delanteros europeos en este Mundial. La autoridad emergente de un Pentamundialista.
Con 39,369 en la tribuna del Estadio 974, en un ambiente frenéticamente festivo impuesto por mexicanos, la fiesta no fue completa porque México, a su dominio le añadió la indulgencia, la precipitación, o el remate nervioso y desviado.
El 0-0 insulta la persistencia de México, el atrevimiento de hacerse cargo del partido, mientras premia, sin duda, la gesta amañada de Polonia por rescatar ese 0-0 que se convertía en el único objetivo. No perder, la innegable religión de los europeos.
A la heroicidad de Ochoa se agregan labores artesanales, pujantes, transpiradas, sólidas de todo el equipo mexicano, pero con despuntes sobresalientes de Hirving Lozano y Alexis Vega.
Sí, México fue superior, pero el gol es imprescindible en torneos donde la piedad cobra tarde o temprano, especialmente en Copas del Mundo.